En una semana agitada, el oficialismo enfrentó dos crisis que exigían respuesta rápida: las ofensivas opositoras en el Congreso y el escándalo del fentanilo contaminado, responsable de casi un centenar de muertes. En ambos casos, el Gobierno se movió con eficacia para controlar la narrativa, desplazar debates y asignar responsabilidades. Pero cuando estalló el caso Spagnuolo —los audios que denunciaban una presunta red de coimas en ANDIS—, la respuesta fue sorprendentemente lenta, apagada y reactivamente defensiva.
Reacciones con contratiempos sincronizados
Mientras ante el Congreso y la crisis sanitaria se desplegaban comunicados, discursos y respuestas mediáticas precisas, el caso del ex director de ANDIS fue manejado con sigilo y demoras. Solo se produjo la remoción institucional de Spagnuolo por un tuit anónimo y sin cara visible del Gobierno. Hasta ahora no hubo desmentida formal sobre los audios ni se publicaron explicaciones oficiales. Ese contraste marca una pérdida de control político y dañó la percepción de solidez de la gestión.
Una grieta en la gestión oficial
La coordinación cuyo objetivo es absorber los golpes y mantener el timón ahora se tambalea. Lo que debería haber sido abordado con celeridad —en especial por el impacto mediático y electoral— sigue generado silencios, advertencias legales y discursos evasivos. Ese tipo de respuesta, tan diferente a la demostrada en otras crisis, refuerza el concepto del “peso de los acontecimientos”: cuando todo sucede y el contexto cambia, solo la reacción importa.
En resumen:
El oficialismo respondió con agilidad ante el Congreso y la crisis del fentanilo.
Ante el escándalo de Spagnuolo, la reacción fue tardía, evasiva y carente de liderazgo visible.
Esa diferencia en la gestión de crisis muestra una vulnerabilidad que se expone en el momento menos esperado.