Mustang GTD: 815 CV sin filtro, del ‘Ring’ a la ruta

Bajada: El nuevo Ford Mustang GTD es músculo con cerebro: un V8 que ruge como bestia, aero de auto de carreras y la ambición explícita de ir a morder cronómetros donde manda Porsche. ¿Se puede convivir con él fuera del circuito? Sí… pero nunca te deja olvidar que nació para pelear en Nürburgring.
Un Mustang que habla en serio
El GTD es el Mustang más extremo de la historia reciente. Mantiene la estampa inconfundible del pony car, pero la lleva a un plano quirúrgico: fibra de carbono hasta en las pestañas, tomas de aire que no son adorno y un alerón que no pide permiso. No es “otro especial”: es un proyecto con un objetivo claro—bajar tiempos donde reinan los GT alemanes—sin resignar patente y espejo derecho.
Motor: el rugido como producto
Bajo el capó, un V8 de 815 CV que pega desde abajo y estira como si no tuviera final. La respuesta es inmediata, primitiva, de las que te enderezan la espalda y te hacen pensar en la próxima curva antes de terminar la recta. El escape tiene ese timbre grueso y metálico que convierte cada aceleración en un mini recital. A bajas vueltas es dócil; a fondo, es un martillo.
Transmisión y tracción: precisión yankee
La caja trabaja corta y firme, siempre lista para bajar dos marchas sin pestañear. El GTD empuja con una tracción que parece infinita cuando las gomas están en temperatura. No hay “lag” de cerebro: apretás, responde. Punto.
Chasis y aero: músculo con título universitario
La gran diferencia está en cómo dobla. Este Mustang no se apoya “a la antigua”; se sienta, planta el tren delantero y dibuja la trayectoria. La aero activa hace su magia: más carga en alta, más estabilidad cuando se la pide. La suspensión lee el asfalto y te lo traduce al volante sin castigar la espalda. Frenos gigantes, dosificación clara y cero fatiga: después de varias vueltas siguen mordiendo igual.
En pista: el terreno natural
En circuito, el GTD se siente en casa. Pide curvones rápidos, radios largos y confianza en el pie derecho. La dirección es directa y honesta; si te pasás, es tu culpa. El balance entre ejes sorprende en un auto con este nivel de potencia: sale de las curvas con el eje trasero plantado y la trompa obediente. La electrónica está para ayudarte, pero el auto te invita a manejar “con manos”: no es un videojuego, es una herramienta.
En la calle: ¿se puede?
Sí, pero que quede claro: su ADN es de pista. En ruta va firme y tenso, con ese zumbido de neumáticos anchos que te recuerda que no compraste un sedán. El embrague y la dirección no cansan y la visibilidad es mejor de lo esperado para algo tan ancho y bajo. En ciudad, los lomos de burro son enemigos y las miradas, inevitables. El consumo… no viene a cuento en un GTD: este auto pide kilómetros de calidad.
Interior: cockpit sin circo
Puertas adentro manda la función. Butacas que abrazan, posición de manejo perfecta y comandos donde tienen que estar. Hay fibra, cuero y algunos guiños “premium”, pero no hay exceso de pantallas jugando a nave espacial. Es sobrio, técnico y muy Ford: todo al servicio de manejar rápido.
Competidores y contexto
El objetivo está dicho: salir a buscar el orgullo alemán en su patio. Por planteo y tiempos esperados, sus “enemigos” son 911 de sangre racer (GT3/GT3 RS) y otros exóticos de pista homologados. La diferencia del GTD es su carácter: mantiene el alma de muscle car pero la alinea con ingeniería fina. Y eso, para el fan argentino de fierros, es un imán.
Lo mejor
Motor: entrega brutal y el sonido que querés escuchar.
Chasis y aero: agarre real, no marketing.
Frenos: consistentes, con mordida y tacto.
Carácter: conserva el ADN Mustang con precisión europea.
A mejorar
Uso diario: ancho, bajo y celoso con los badenes.
Discreción: imposible pasar desapercibido (para bien y para mal).
Precio y disponibilidad: será exclusivo y caro, como todo “track weapon” de calle.
Veredicto
El Ford Mustang GTD es el salto evolutivo que la sigla merecía. Mantiene lo visceral—ese golpe al pecho de 815 CV—y suma una puesta a punto que lo convierte en bisturí. En pista, es una declaración de guerra; en la ruta, un recordatorio permanente de que la fiesta sigue en la próxima curva. Si buscabas un Mustang “diferente”, este no es solo distinto: es el que va a quedar en los libros.
Un Mustang que habla en serio
El GTD es el Mustang más extremo de la historia reciente. Mantiene la estampa inconfundible del pony car, pero la lleva a un plano quirúrgico: fibra de carbono hasta en las pestañas, tomas de aire que no son adorno y un alerón que no pide permiso. No es “otro especial”: es un proyecto con un objetivo claro—bajar tiempos donde reinan los GT alemanes—sin resignar patente y espejo derecho.
Motor: el rugido como producto
Bajo el capó, un V8 de 815 CV que pega desde abajo y estira como si no tuviera final. La respuesta es inmediata, primitiva, de las que te enderezan la espalda y te hacen pensar en la próxima curva antes de terminar la recta. El escape tiene ese timbre grueso y metálico que convierte cada aceleración en un mini recital. A bajas vueltas es dócil; a fondo, es un martillo.
Transmisión y tracción: precisión yankee
La caja trabaja corta y firme, siempre lista para bajar dos marchas sin pestañear. El GTD empuja con una tracción que parece infinita cuando las gomas están en temperatura. No hay “lag” de cerebro: apretás, responde. Punto.
Chasis y aero: músculo con título universitario
La gran diferencia está en cómo dobla. Este Mustang no se apoya “a la antigua”; se sienta, planta el tren delantero y dibuja la trayectoria. La aero activa hace su magia: más carga en alta, más estabilidad cuando se la pide. La suspensión lee el asfalto y te lo traduce al volante sin castigar la espalda. Frenos gigantes, dosificación clara y cero fatiga: después de varias vueltas siguen mordiendo igual.
En pista: el terreno natural
En circuito, el GTD se siente en casa. Pide curvones rápidos, radios largos y confianza en el pie derecho. La dirección es directa y honesta; si te pasás, es tu culpa. El balance entre ejes sorprende en un auto con este nivel de potencia: sale de las curvas con el eje trasero plantado y la trompa obediente. La electrónica está para ayudarte, pero el auto te invita a manejar “con manos”: no es un videojuego, es una herramienta.
En la calle: ¿se puede?
Sí, pero que quede claro: su ADN es de pista. En ruta va firme y tenso, con ese zumbido de neumáticos anchos que te recuerda que no compraste un sedán. El embrague y la dirección no cansan y la visibilidad es mejor de lo esperado para algo tan ancho y bajo. En ciudad, los lomos de burro son enemigos y las miradas, inevitables. El consumo… no viene a cuento en un GTD: este auto pide kilómetros de calidad.
Interior: cockpit sin circo
Puertas adentro manda la función. Butacas que abrazan, posición de manejo perfecta y comandos donde tienen que estar. Hay fibra, cuero y algunos guiños “premium”, pero no hay exceso de pantallas jugando a nave espacial. Es sobrio, técnico y muy Ford: todo al servicio de manejar rápido.
Competidores y contexto
El objetivo está dicho: salir a buscar el orgullo alemán en su patio. Por planteo y tiempos esperados, sus “enemigos” son 911 de sangre racer (GT3/GT3 RS) y otros exóticos de pista homologados. La diferencia del GTD es su carácter: mantiene el alma de muscle car pero la alinea con ingeniería fina. Y eso, para el fan argentino de fierros, es un imán.
Lo mejor
Motor: entrega brutal y el sonido que querés escuchar.
Chasis y aero: agarre real, no marketing.
Frenos: consistentes, con mordida y tacto.
Carácter: conserva el ADN Mustang con precisión europea.
A mejorar
Uso diario: ancho, bajo y celoso con los badenes.
Discreción: imposible pasar desapercibido (para bien y para mal).
Precio y disponibilidad: será exclusivo y caro, como todo “track weapon” de calle.
Veredicto
El Ford Mustang GTD es el salto evolutivo que la sigla merecía. Mantiene lo visceral—ese golpe al pecho de 815 CV—y suma una puesta a punto que lo convierte en bisturí. En pista, es una declaración de guerra; en la ruta, un recordatorio permanente de que la fiesta sigue en la próxima curva. Si buscabas un Mustang “diferente”, este no es solo distinto: es el que va a quedar en los libros.